Nuaj estaba convencido de que
ese día, era un buen día para morir.
La trágica mañana, como todos
los días, se levantó de su cama de dos plazas con sábanas de satín rojo. Se
puso las pantuflas, el único recuerdo de su madre, y fue con al baño a terminar
de alistarse.
Afuera, el sol asomaba dando
sus primeros pasos y anunciando el comienzo de un nuevo día. Todas las casas
del barrio despertaban como sincronizadas para comenzar un nuevo día de
rutinas. El mismo diario, en las puertas, con las noticias de ayer era parte de
un proceso ineludible en ese monótono lugar.
Se lavo los dientes, la cara,
se afeitó, se puso su traje negro con su camisa blanca y su corbata azul, sus
zapatos de charol y salió a vivir el último día de su vida.
Como cada mañana, saludo a sus
vecinos, esquivó el perro de Mirta, que con afán trataba de morderlo cada vez
que pasaba por ahí, se subió a su auto de décadas de uso y comenzó una serie de
eventos que concluirían con su inevitable muerte.
Camino al trabajo fue, como
siempre, por Arenales, dobló por Urquiza hasta San Martín donde está la playa
donde deja el octogenario vehículo. Caminó dos cuadras, entró en el edificio
multitudinario, un rascacielos que aparenta ser la puerta de entrada al
paraíso, aunque mientras más arriba, más cerca del infierno.
Nuaj se sentó en su oficina,
prendió su computadora, tomó su café con un poco de leche, para no provocarle
acidez, y puso manos a la obra.
Como a las diez de la mañana,
sin esperarlo, llamaron de arriba. Confiado, pero asustado a la vez, toco la
puerta, entró, y lo que menos esperaba pasó.
La conversación comenzó muy
amena, evaluando cada uno de los rutinarios pasos de Nuaj en la empresa. Cuando
todo parecía ir viento en popa, escucho la clásica escusa “Haces un gran
trabajo, pero la empresa no esta bien y debemos hacer reducción de personal,
pero te mantendremos en carpeta para cuando se arregle la situación”.
La perdida de su trabajo, que
podría haber llegado como un nuevo comienzo, lo tomo como el fin de su vida. Se
encontraba perdido, sin saber como hacer. Se vio a él mismo de nuevo en la
adolescencia, con 20 años y sin saber que hacer de su vida.
Hoy, muchos años después de esa
etapa, se sintió incluso más perdido que en aquella oportunidad, pero el
agravante ahora era su longeva experiencia en lo mismo desde hacían 15 años.
Salió de la oficina ante la
atenta mirada de todos sus compañeros que se comenzaron a imaginar en la misma
situación. Sin decir una sola palabra, levanto la mano, bajó la mirada y se fue
arrastrando sus rechinantes zapatos contra el suelo.
Comenzó la vuelta a su casa,
caminando, olvidando a su suerte a su viejo compañero de aventuras en la playa
de estacionamiento.
Con una caja entre sus dedos,
donde llevaba 15 años de trabajo y recuerdo, tomo un camino que desconocía y en
el cuál se perdería sin tener la posibilidad de volver.
Encontró una plaza, que le
resultó familiar de sus años de niñez, aunque no se preocupo por averiguarlo.
Se sentó en un banco, apoyó la caja en el suelo y con un desconsuelo propio de
un bebe recién nacido, comenzó a llorar. Sus lágrimas recorrían su arrugada
piel hasta terminar como un recuerdo más en la caja que sacó de su oficina.
El día había llegado a su justo
medio, cuando entendió que estaba sólo, en un lugar familiar y desconocido al
mismo tiempo y con rostros alrededor que jamás había visto.
En una esquina unos chicos
intercambiaban felicidad ficticia por dinero. Nuaj se acercó le dio cien pesos
y ellos le concedieron una falsa sensación de seguridad envuelta en un papel de
aluminio. Sin sentirse conforme con eso pidió algo que le diera paz eterna al
inmenso sufrimiento que sentía en ese momento.
Los jóvenes, dispuestos a hacer
negocios con el penar de Nuaj, por trescientos pesos le dieron lo único que
tenían con las características que él requería y le dieron la solución para su
vida.
Nuaj aceptó el trato. Tomó
entre sus manos el escape, pesado, de acero, frío, de todos sus penares. Lo
escondió entre sus ropas y dejando olvidada la caja con sus últimas lágrimas se
fue sin rumbo.
Como su fuera un criminal,
buscó el lugar más oscuro y recóndito de aquella monótona ciudad escapando a
los rayos del sol que parecían seguirlo por doquier. Cuando encontró una oscura
esquina donde esconderse de su perseguidor, apuño lo que le había comprado a
los chicos de la esquina y cuando estaba a punto de apretar el gatillo, se dio
cuenta de que no tenía el valor para hacerlo. Fue entonces cuando recordó el
desconocido, hasta ese momento, envoltorio metálico que los chicos le habían
dado.
Lo abrió desesperado esperando
encontrar allí la solución a su cobardía de darle fin a su vida. Lo apoyó
contra el suelo, acercó la nariz e inhaló con tanta fuerza que perdió el
sentido casi en ese mismo momento. Sin poder moverse, acompañado de fantásticos
seres que se reían de su poca voluntad, de su fracaso empuño nuevamente su
aparente solución y comenzó a dispararles. No entendía porque no les hacía nada
y porqué sus risas se incrementaban, haciendo que enfureciera aun más.
Fue entonces que entendió que
la única forma de destruir a los burlescos seres, era terminando lo que había
empezado. Entonces llevó el humeante, por los disparos realizados, cañón hacia
su parietal derecho, cerró sus ojos y gatilló. Su cuerpo cayó al piso como un
árbol recién cortado y la solución de todos sus problemas se desprendió de sus
dedos llegando a los pies de una mujer que con los ojos abiertos creía estar
viviendo una pesadilla.
Nuaj entonces se reencontró con
su madre a la que tanto extrañaba y que lo esperaba con los brazos abiertos.
Junto a ella su padre, como siempre decepcionado de sus decisiones, y más allá
a los lejos, su tesoro más preciado. Su esposa y sus dos hijos que lo esperaban
desde hacía exactamente un año cuando habían sido asesinados en un intento de
robo de dos sujetos amigos de lo ajeno.
Mientras disfrutaba el
reencuentro, su esposa no dejaba de decirle: “Qué haz hecho”, Nuaj respondía
que él estaba muerto en realidad hacía un año.
Cuando la policía encontró el
cuerpo por la denuncia de la mujer, aún shokeada por presenciar un suicidio,
realizaron las pericias en el arma y en el cuerpo.
Las ironías del un destino que
no se cansa de jugar con las vidas de las personas hizo que los uniformados
determinaran que el arma con la que Nuaj se había quitado la vida era misma que
hacía un año hiciera lo mismo con su familia.
Los oficiales, que no salían de
su asombro, y ante el acoso de la prensa anunciaron la resolución de dos casos.
Esteban Quiroga, jefe de la división de homicidios, en conferencia dijo que
encontraron el cuerpo de una persona que se habría suicidado luego de hacer
varios tiros al aire. El detonante, comentó orgulloso Quiroga fue la perdida de
su trabajo y el hecho de que hacía exactamente un año habían matado a su
familia.
Cuando los periodistas se
mostraban satisfechos con encontrar su historia del día con la cual titular sus
noticias de ayer, el jefe de homicidios anunció lo que nadie esperaba. Ese
mismo día, también habían resuelto el crimen de la familia de Nuaj. “Todavía no
determinados el porque, pero los estudios indican que el arma con la que la
víctima se quitó la vida es la misma con la que habían asesinado a su esposa e
hijos”.
Las preguntas retumbaron por
todo el lugar. Quiroga, seguro de que tenía todo resuelto, sostuvo que otra de
las causas del suicidio fue una pesada conciencia por asesinar a su propia
familia.
Nuaj fue tratado como un
verdadero homicida, y la familia lejana que le quedaba en vida, tíos, primos,
suegros, fue asechada como presa por todo el mundo que convirtió la historia en
lo más importante del día.
Sin saber porque Nuaj podía ver
todo lo que estaba sucediendo, sin entender nada. Entonces se le representó en
su último día de vida su encuentro con los jóvenes que le vendieron el arma.
Trató de recordar su rostro, sin éxito, mientras su esposa simplemente se
limitaba a decir repetitivamente “Qué haz hecho”.
En ese momento comenzó a sentir
un sudor frío que le recorría la frente. Sus piernas se movían
intermitentemente. Sentía el calor de la bala en su cabeza recorriendo cada
centímetro de su cráneo.
De repente, se encontró
agitado, con los ojos abiertos de par en par y sentado en la cabecera de su
cama de dos plazas con sabanas de satín rojo. Todo había sido un sueño. Aunque
él lo tomo como una premonición.
Rompiendo toda la rutina que
acompañaba a cada uno de sus días y con una foto de su familia en la mano salió
corriendo hasta su auto. Lo encendió y a toda velocidad, vestido aún con su
ropa de cama, trató de encontrar la plaza con los jóvenes en la esquina.
Trató de recordar cada uno de
los pasos de su aparente premonición, y fue hasta la puerta de su trabajo.
Estacionó el auto y salio corriendo en busca de esa plaza. Preguntó a cada
persona que pasaba por el lugar si existía alguna plaza en las inmediaciones.
Sólo consiguió lo vieran como un loco y que nadie le prestara atención.
Cuando estaba cayendo en la
cuenta de que todo podía haberse tratado de una pesadilla y nada más, encontró
el lugar. Vio a dos jóvenes en una esquina similar a la de su sueño y los vio
con la misma ropa que mientras dormía, riendo de su buena fortuna, del día.
Se acercó a ellos y sin mediar
saludo, les pidió que le vendieran un arma. Los chicos, desconcertados por
aquel pedido de una persona vestida con ropa de cama se limitaron a burlarse de
él.
Nuaj convencido de que se
trataba de los homicidas de su familia, golpeó a uno de ellos. Él otro sin
entender lo que pasaba intentó correr, pero fue inútil. Con un certero piedrazo
en la cabeza Nuaj detuvo su marcha. Él otro de los chicos suplicando por su
vida preguntó porqué les hacía eso. En ese momento Nuaj sacó la foto de su
familia y se la mostró y con la furia de un oso le dijo: “porque ustedes
destruyeron lo que yo mas quería”.
Una persona que pasaba por ahí,
como escondiéndose de su destino, empuño un revolver y disparó. El primer tiro
termino en la corteza de un árbol, el segundo impactó en el muslo de Nuaj. El
tirador de acercó le apuntó a la cabeza y cuando iba a disparar desvió la
mirada a la foto de su familia que había caído al piso juntamente con Nuaj.
Este miró a quien lo apuntaba y
le dijo: “ellos son unos homicidas, son ellos los que deben morir, no yo”.
Con una risa terriblemente
familiar, quien lo apuntaba le dijo: “No fueron ellos, fui yo y con esta misma
arma que estaba a punto de cambiar por soluciones envueltas en aluminio, pero
llegaste antes”, y disparó.
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